Me
llamo Antonio Arrabal Trujillo, y los vecinos de Almogía me conocéis como
Antonio “Cateno”. Acepté gustoso la petición que esta asociación cultural de
nuestro pueblo, ACTÚA, me hizo para que os contara mis experiencias y las razones
de mi marcha a trabajar al lugar donde me encuentro: UPINGTON (SUDÁFRICA).
-¿Por qué te fuiste?
Estaba
trabajando en Baeza y sólo me quedaba un mes de trabajo allí. Un día, mientras
estaba en la playa con mi familia en agosto, esperando que empezara un Real
Madrid-Barcelona, me llamó mi jefe de grupo y me dijo que tenía un nuevo
trabajo para mí. Él ya estaba haciendo las maletas, pero si me animaba esperaba
contar conmigo en esta nueva aventura. Nos iríamos a Sudáfrica. Como comprenderéis
a partir de oír eso, todo pasó a un segundo lugar. Ni recuerdo qué pasó con el
partido de fútbol. Mi cabeza no paraba de darme vueltas y me sentía
desconcertado. Sin embargo, tras consultarlo con mi mujer y gracias a su apoyo
y comprensión, esa misma noche llamé a mi jefe para confirmarle que me iba con
él y una semana más tarde ya estaba en Sudáfrica. Me saqué el pasaporte y
estuve volando desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde del día
siguiente. Fue un día muy, pero que muy largo. De Málaga pasando por Madrid, llegué a París y de allí a Johannesburgo. Ya estaba
en Sudáfrica, sin embargo, aún me quedaban 1000 km hasta llegar a mi destino:
Upington.
-¿Fue difícil tomar la decisión?
Por
supuesto que sí. Para empezar se me quitaron las ganas de todo. Ni fútbol, ni
playa, me aguó la fiesta. Ya había trabajado fuera de España, pero nunca fuera
de Europa. Lo primero es mentalizar a la familia y a uno mismo. Uno quiere
trabajar y si aquí no hay trabajo hay que buscarlo fuera, no hay más remedio.
-¿Qué trabajos realizas allí?
Mi
empresa está construyendo una planta termosolar de 600 hectáreas, en pleno
desierto. Es un proyecto muy importante e innovador para aquellas tierras y
necesitan mano de obra cualificada.
-¿Cómo es Upington?
Es
un pueblo de unos 75.000 habitantes, en una proporción aproximada de 60% de
raza negra y el 40% restante de blancos. Prácticamente no hay edificios altos y
la gran mayoría son casas matas y granjas. La principal industria de la zona es
la agricultura. Una cosa que me sorprendió bastante es que una de las actividades
agrícolas más importante en esta zona del mundo es, al igual que en España, el cultivo
de la uva.
En las llanuras que bordean el
río Orange, hay grandes extensiones de viñedos que permiten tener magníficos
vinos y pasas de buena calidad, que exportan al resto del país. Junto con la
agricultura, la ganadería es la otra gran forma de vida de los habitantes de
Upington, predominando el ganado vacuno. Esta ciudad, es la población más cercana a las
cataratas de Augrabies, posiblemente la reina de las cataratas de Sudáfrica.
-Has cambiado de cultura y continente. ¿Cómo es tu vida allí?
Aterrizar en el
aeropuerto de Upington fue un cambio muy brusco para mí. Primero me encontré
con el inconveniente del idioma. Algunos chapurrean el inglés igual que yo,
pero la mayoría hablan afrikaans, zulu, botswana y otros dialectos, por lo que entenderme
con ellos fue bastante complicado. Actualmente doy clases de inglés para
intentar comunicarme con los habitantes, aunque es el idioma que menos hablan. Hay
que conducir al estilo inglés, volante en la derecha y coche a la izquierda, y
eso también fue una aventura. Y el problema no era sólo cuando estaba allí, ya
que cuando ya me había acostumbrado volvía a España por vacaciones y aquí
volvía a tener que reaprender.
También
hay una gran diferencia en los horarios. Amanece a eso de las 05:00 de la
mañana y a las 4.30 h. de la tarde es de noche. El almuerzo es a las 12 de la
mañana. Sin embargo, de todo lo que peor llevo es el tiempo. No consigo
acostumbrarme al calor, el clima es desértico extremo, muy seco y aunque cada
15 o 20 días llueve torrencialmente durante un par de horas, generalmente hace
muchísimo calor. Es más, es curioso que
llueva a cantaros durante dos horas seguidas y a pesar de todo, una hora más
tarde todo vuelve a estar igual de seco.
-¿Qué es lo que más te gusta de Upington?
La
hospitalidad de la gente. Realmente es una zona muy pobre, algunas personas no
tienen ni para comer. Muchas mañanas los trabajadores llegaban sin haber comido
nada desde el día anterior. Pero a pesar de todo, la gente es feliz. Saben
sacar lo bueno de la vida y disfrutar de los amigos y la familia. No tienen la
necesidad de tener cosas superfluas como en Europa; les es suficiente con poder
disfrutar de lo que tienen.
Mi casera me trata como una
madre, está siempre pendiente de mí, y me invita a sus barbacoas y fiestas
familiares.
La verdad es que son gente muy
amable y generosa y la vida diaria es muy tranquila.
-¿Y lo que menos?
Lo que menos me
gusta son las altas temperaturas, la desigualdad social entre blancos y negros,
y la pobreza que existe.
-¿Qué es lo que más te ha sorprendido?
Lo
que más me ha sorprendido es dónde estoy. Es una zona desértica, no hay ni un
árbol por ningún lado. También me ha sorprendido mucho la tranquilidad de la
gente, no se alteran por nada, viven a otro ritmo.
Hay rancheras, para el trabajo en
el campo de la uva. Mucha pobreza, chabolas.
Ahh sí, es muy curioso el tema de
la luz, en Ugington compran los watios a medida que se consumen, es como una
tarjeta precarga de móvil. También me sorprendió que no haya transporte
público.
-¿Qué echas de menos de nuestro pueblo?
Se echa de menos a
la familia, los amigos, el poder pasear por las calles de Almogía y cómo no,
las fiestas como la Semana Santa.
En cuanto a la comida, echo mucho
de menos un platito de gazpachuelo, una sopa del puchero, o cualquier cosa de
cuchara. Por aquí la cuchara se utiliza muy poco.
-¿Has podida visitar algo del país?
Tuve la
oportunidad de ir a un safari fotográfico al Parque de Kgalagadi. Parque en
plena naturaleza de unos 400 km2, entre los países de Sudáfrica, Namibia y
Botswana. En él pude ver numerosos animales salvajes: el springbok, el eland, el ñu, jirafas, leopardos, leones,
cebras, zorros, hienas. Hay mucha variedad de aves y reptiles. Me llamó la
atención muchos árboles calcinados por los rayos de las tormentas y los
esqueletos de los distintos tipos de cabras. También me resultaron curiosas las
dunas del desierto.
-Después de todo lo que nos has contado ¿volverías a irte a este u otro
lugar?
Sí,
por supuesto, yo ya lo viví como hijo de emigrante cuando tenía 4 años.
Recuerdo que algunos domingos, mi madre nos vestía a todos con la ropa más
nueva que teníamos y bajábamos al Teléfono para hablar con mi padre que estaba
trabajando fuera de España. Esto es algo que nunca olvidaré, ya que suponía una
gran emoción para todos poder hablar con mi padre aunque solo fuese un ratito y
muy de tarde en tarde. Afortunadamente las cosas han cambiado muchísimo y hoy
día con Internet podía hablar y ver a mi familia todas las noches. Esto es muy
importante ya que no pierdes es contacto en ningún momento y te da fuerzas para
seguir. Se puede decir que ahora estamos menos lejos que antes.
-¿Recomendarías a tus allegados que aprovecharan oportunidades fuera de
su tierra?
Claro
que sí. Muchas veces somos muy cómodos y nos cuesta salir. He ido donde me han
ofrecido el trabajo: Cádiz, Cuenca, Córdoba, Madrid, Italia, Sudáfrica. Estar
mucho tiempo fuera me ha servido también para valorar mucho más el tiempo que
paso con la familia. Ahora cuando estoy en casa hago cosas que nunca habría
hecho, como llevar mis niños al colegio.
-Para terminar ¿quieres contarnos algo más?
Bueno, siempre hay
cosas que contar, pero me llamó la atención el ver a gente ir a comprar al
super descalzos, aquí es algo normal. De hecho cuando jugamos al fútbol,
algunos “morenos” juegan descalzos, y le pegan a la pelota más fuerte que yo,
es alucinante.
Además, me
gustaría contar una anécdota que me pasó: coincidí en una obra con dos
ingenieros españoles, para resolver unos problemas de cálculo en la cimentación
de una torre. Dos días después tomamos el mismo avión desde Upington a
Johannesburgo. Ellos iban vía Londres y yo vía París. Pero en la capital de
Sudáfrica nos dio tiempo a charlar. Uno era de Sevilla y otro de Asturias, yo
les dije que era de un pueblo de Málaga. El asturiano me dijo que vivía en
Málaga y que su novia era de un pueblo. Le pregunté de qué pueblo era, y me
dijo ALMOGÍA. Cuando yo escuché esta
palabra en el aeropuerto de Johannesburgo sentí un repeluco y me entraron ganas
de abrazarlo. A veces, qué pequeño es el mundo.
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