María
cumplirá cinco años el mes que viene. Es sincera e imprudente como todas las
niñas de cinco años. Su madre la espera en la puerta del colegio. La besa y la
peina. Ella sonríe. Se toman de la mano para cruzar la calle, en manada, unos
metros por encima del paso de cebra. Luego la sube en el asiento de atrás del todoterreno
aparcado sobre la acera. Llegan a casa. Y comen con su padre que regresa del
trabajo media hora más tarde con aliento a cerveza. La chica de la limpieza ha
preparado un guiso. A María no le gusta.
La liturgia
del almuerzo comienza con un beso en la mejilla del padre y la narración por la
niña de lo ocurrido en clase. Fila. Asamblea. Hablamos del fin de semana.
Fichas. Patio. Jugamos. Merienda. Y después entró una seño nueva con un trapo
en la cabeza. ¿Cómo?, pregunta la madre. Que entró una seño nueva con un trapo
en la cabeza. La madre se aparta bruscamente de la mesa y se atusa el cabello
con las dos manos. Adónde estamos llegando, dice. Menudo ejemplo para la niña.
Qué valores y qué leche. Dónde se ha visto a la maestra cubierta con una señal
atávica y discriminatoria para la mujer. ¿Multiculturalismo? ¿Educación para la
ciudadanía? Una mierda.
El padre le
recrimina la expresión con una mueca, mirando a la hija. Y después, mirando a
la madre, argumenta que lo peor no es eso. Lo peor es que en el currículo
escolar infantil sólo exista una asignatura diferenciada de las demás: religión
o historia de las religiones o como se llame ahora. Justo la que no debiera darse
en la escuela. Eso no es lo peor, prosigue la madre. Lo peor es que a tu hija
le da clase una mujer con un velo en la cabeza sin que nos hayan pedido
permiso. Pero esto no va a quedar así. Mañana mismo hablo con el director. Y
tú, niña, ¿te vas a comer eso o no? Ya te he dicho que no me gusta mamá, le
reprocha. Vale, ahora le digo a la chica de la limpieza que te fría unas
patatas con tal de que me dejes tranquila.
El director
la recibió amablemente a primera hora. Es joven. De unos 35 años. Con vaqueros
y camisa por fuera. Antes de cederle la palabra, felicita a la madre por
interesarse en la educación de su hija. ¿Qué desea? A mi hija le está dando
clase una mujer con un velo en la cabeza. Y yo creo que para ser maestra en
nuestro país debería integrarse con nosotros y respetar nuestras costumbres.
Porque para mí el velo es un símbolo de opresión machista. Algo así como tirar
a la basura los siglos de lucha por igualdad de las mujeres en el mundo
civilizado. Mire, le contesta el director, yo creo que es un ejemplo de respeto
y tolerancia. ¿Y a mi hija quién la respeta? ¿Y a mí? Ahora mismo presento una
queja a la asociación de padres, al ministerio, al juzgado, donde sea, pero yo
no quiero que mi hija vea normal lo que no es normal.
Buscó a su vecina que también tiene
un hijo en la misma clase y le contó el caso. La vecina llamó a otra y ésta a
otra. A la salida del colegio se juntaron una docena de madres con una
pancarta. Irrumpieron en el patio gritando contra el director y por los
derechos de las mujeres. Entraron en el aula de infantil. Sin llamar a la
puerta. La maestra estaba sentada. Tenía un velo en la cabeza. Era monja.
Podría haber sido judía. En 1984,
mis compañeros de bachillerato y yo nos burlábamos de una profesora que se
cubría la cabeza con un pañuelo. La tomamos por loca. Y quizá lo estaba.
Paseaba a su perro con una cubeta amarrada al pescuezo. Era inglesa. Luego nos
dijeron que bajo el pañuelo ocultaba un número en tonos azules. Se lo tatuaron
en un campo de extermino nazi. Nadie le vio jamás la frente desnuda. A decir
verdad, ignorábamos si era judía o no. Se daba por supuesto. La ignorancia es
cruel por naturaleza.
También podría haber sido una
enferma de cáncer. Infinidad de mujeres que pierden el pelo a consecuencia de
la quimioterapia se cubren la cabeza con un pañuelo. O una mujer vestida a lo
Audrey Hepburn, Sivana Mangano, Catherine Deneuve, Grace Kelly, Penélope Cruz …
. O, sencillamente, una mujer con pañuelo.
En cualquier caso a nadie se le
habría pasado por la cabeza calificar su aspecto. Pero no ha sido así.
Reconozcámoslo. La inmensa mayoría pensó que la maestra era musulmana. Y pensó
mal. No sólo porque errase en el pronóstico (podría haber sido musulmana
igualmente). Pensó mal porque sus prejuicios le impidieron ver y opinar otra
cosa.
RODRÍGUEZ RAMOS, Antonio Manuel: "Parte I, La ceguera. Capítulo I, El velo". En: La huella morisca. El Al-Ándalus que llevamos dentro. Córdoba. Editorial Almuzara, 2010.