Hace algún tiempo tuve la oportunidad de ver un
cisne por primera vez en mi vida. Sí -realmente existen- yo pensaba que era
cosa de mitología o leyenda como los unicornios pero están ahí, tan sólo hay
que saber diferenciarlos de las demás aves que habitan el estanque. Y confiad en que desde ese día, ya nada volverá a ser como antes.
Al principio no creía lo que tenía ante mis
ojos, sin embargo, afortunadamente con el paso del tiempo todo se fue haciendo
mucho más claro y la incertidumbre se convirtió en evidencia. Aquel cisne tenía el plumaje del color de las
nubes y cuando elevaba su pico dorado hacia el cielo parecía como si de pronto
la luna se fuese a ocultar para dar paso a un nuevo amanecer. Es sin duda uno
de los seres más maravillosos que jamás he podido contemplar desde cerca.
En ocasiones me pregunto a qué lugar habrán
dirigido los vientos su vuelo y si alguna vez le harán volver Son estos días
en los que, egoístamente, me enfado conmigo mismo por haberle dejado marchar: "debí haber buscado un estanque
tranquilo y cercano a mí para visitarle a menudo". Otros me doy
cuenta de que son seres que han de seguir su camino y que sería injusto
obligarles a permanecer en un mismo lugar cuando aún les queda tanto mundo por
recorrer. Y son la mayoría de éstos en los cuales me entristece pensar que haya
tanta gente que ni siquiera vaya a tener la misma oportunidad que tuve yo.
Fue duro decir adiós cuando ya me había acostumbrado
a su belleza y compañía pero producen tal confort y felicidad que llegas a
olvidar que a su lado los días se convierten en vivencias pasajeras, que pese a encontrarse aquí son aves
migratorias: en invierno se trasladan al sur para volver a su lugar de origen
en verano cuando ya el tiempo es más favorable, y eso -desgraciadamente- lo
sabía desde el primer momento en que le conocí.
Afortunadamente el sabor de boca aún es dulce
como la miel y el recuerdo tan alegre que ni el más mínimo sentimiento de tristeza podría alterarlo.
Y así, sin más, concluye la historia del día
que por primera vez vi un cisne.
Alejandro Gómez Villanueva
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