martes, 1 de mayo de 2012

El velo (La ceguera)


María cumplirá cinco años el mes que viene. Es sincera e imprudente como todas las niñas de cinco años. Su madre la espera en la puerta del colegio. La besa y la peina. Ella sonríe. Se toman de la mano para cruzar la calle, en manada, unos metros por encima del paso de cebra. Luego la sube en el asiento de atrás del todoterreno aparcado sobre la acera. Llegan a casa. Y comen con su padre que regresa del trabajo media hora más tarde con aliento a cerveza. La chica de la limpieza ha preparado un guiso. A María no le gusta.
La liturgia del almuerzo comienza con un beso en la mejilla del padre y la narración por la niña de lo ocurrido en clase. Fila. Asamblea. Hablamos del fin de semana. Fichas. Patio. Jugamos. Merienda. Y después entró una seño nueva con un trapo en la cabeza. ¿Cómo?, pregunta la madre. Que entró una seño nueva con un trapo en la cabeza. La madre se aparta bruscamente de la mesa y se atusa el cabello con las dos manos. Adónde estamos llegando, dice. Menudo ejemplo para la niña. Qué valores y qué leche. Dónde se ha visto a la maestra cubierta con una señal atávica y discriminatoria para la mujer. ¿Multiculturalismo? ¿Educación para la ciudadanía? Una mierda.
El padre le recrimina la expresión con una mueca, mirando a la hija. Y después, mirando a la madre, argumenta que lo peor no es eso. Lo peor es que en el currículo escolar infantil sólo exista una asignatura diferenciada de las demás: religión o historia de las religiones o como se llame ahora. Justo la que no debiera darse en la escuela. Eso no es lo peor, prosigue la madre. Lo peor es que a tu hija le da clase una mujer con un velo en la cabeza sin que nos hayan pedido permiso. Pero esto no va a quedar así. Mañana mismo hablo con el director. Y tú, niña, ¿te vas a comer eso o no? Ya te he dicho que no me gusta mamá, le reprocha. Vale, ahora le digo a la chica de la limpieza que te fría unas patatas con tal de que me dejes tranquila.
El director la recibió amablemente a primera hora. Es joven. De unos 35 años. Con vaqueros y camisa por fuera. Antes de cederle la palabra, felicita a la madre por interesarse en la educación de su hija. ¿Qué desea? A mi hija le está dando clase una mujer con un velo en la cabeza. Y yo creo que para ser maestra en nuestro país debería integrarse con nosotros y respetar nuestras costumbres. Porque para mí el velo es un símbolo de opresión machista. Algo así como tirar a la basura los siglos de lucha por igualdad de las mujeres en el mundo civilizado. Mire, le contesta el director, yo creo que es un ejemplo de respeto y tolerancia. ¿Y a mi hija quién la respeta? ¿Y a mí? Ahora mismo presento una queja a la asociación de padres, al ministerio, al juzgado, donde sea, pero yo no quiero que mi hija vea normal lo que no es normal.
             Buscó a su vecina que también tiene un hijo en la misma clase y le contó el caso. La vecina llamó a otra y ésta a otra. A la salida del colegio se juntaron una docena de madres con una pancarta. Irrumpieron en el patio gritando contra el director y por los derechos de las mujeres. Entraron en el aula de infantil. Sin llamar a la puerta. La maestra estaba sentada. Tenía un velo en la cabeza. Era monja.
             Podría haber sido judía. En 1984, mis compañeros de bachillerato y yo nos burlábamos de una profesora que se cubría la cabeza con un pañuelo. La tomamos por loca. Y quizá lo estaba. Paseaba a su perro con una cubeta amarrada al pescuezo. Era inglesa. Luego nos dijeron que bajo el pañuelo ocultaba un número en tonos azules. Se lo tatuaron en un campo de extermino nazi. Nadie le vio jamás la frente desnuda. A decir verdad, ignorábamos si era judía o no. Se daba por supuesto. La ignorancia es cruel por naturaleza.
             También podría haber sido una enferma de cáncer. Infinidad de mujeres que pierden el pelo a consecuencia de la quimioterapia se cubren la cabeza con un pañuelo. O una mujer vestida a lo Audrey Hepburn, Sivana Mangano, Catherine Deneuve, Grace Kelly, Penélope Cruz … . O, sencillamente, una mujer con pañuelo.
             En cualquier caso a nadie se le habría pasado por la cabeza calificar su aspecto. Pero no ha sido así. Reconozcámoslo. La inmensa mayoría pensó que la maestra era musulmana. Y pensó mal. No sólo porque errase en el pronóstico (podría haber sido musulmana igualmente). Pensó mal porque sus prejuicios le impidieron ver y opinar otra cosa.

RODRÍGUEZ RAMOS, Antonio Manuel: "Parte I, La ceguera. Capítulo I, El velo". En: La huella morisca. El Al-Ándalus que llevamos dentro. Córdoba. Editorial Almuzara, 2010.

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